Don Augusto,

Este que va a continuación es el relato que te envié sobre garabateando y con una explicación acerca de "Encrucijada". Y como no recibí el texto publicado... pensé que estaba pendiente de iniciar su proceloso despliegue por los mundos de GEBA.

¿Sigo equivocado conmigo mismo o tendrás la bondad de compartir mis desatinos solidariamente? Es más, si tenés que mentir, mentí. Yo lo llamo fabulación.

Un abrazo, Pablo.

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11/9/2012

Caro Augusto,

Con “Encrucijada” me fue imposible hacer algo. Y lo que hice es nada.

Fue como si se derramara sobre el papel un grupo de ideas rebeldes que superaron mi neurótica capacidad de control y cuando acabaron de situarse estratégicamente en la página comprendí, al menos en lo que respecta a mi capacidad de asimilar los brotes de colores, que en la práctica yo no había intervenido en absoluto en el conjunto.

Pensé incluso en recortar el resultado y darle vidas diferentes. Ya se sabe que no siempre lo que uno habilita como expiación sirve para una sola zancadilla.

Voy a trampear el cuadro, me dije, porque tampoco él había sido muy honesto conmigo, hemorragiándose sin piedad y sin que yo pudiera darle alcance a los trazos.

A veces sucede que me quedo atrás y lo que termina apareciendo es una síntesis que se comprende casi por arte de magia. Pero en el caso de esa encrucijada en concreto, no había más salida que el silencio. Y opté por callarme. Algo resentido, eso sí.

En cambio, el garabato siempre fue para mí una opción independentista. Uno no garabatea para nada útil, lo hace porque hay un impulso innominado que ejerce un precario dominio sobre la voluntad, casi diría un dominio salvador y entonces el lápiz, el fibrón, lo que sea, descarga como quien se desintoxica sin apremios.

De modo que cuando se fue hilando de manchas y pájaro ese entramado laberíntico con algunos puntos de fricción entre la nada y yo, recordé que Peitopheles de Nonnanita dijo un mediodía, a las puertas de la Escuela Juan Arzeno, mientras nos esperaba para acompañarnos hasta la casa de pasillo en la que vivíamos entonces, en la calle Montevideo... “recuerden los garabatos. Y, si pueden, consérvenlos como un tesoro. Todos esos cuadernos forrados con papel araña... Porque yo sé de buenas fuentes que con el tiempo, al cabo de un tiempo tan largo que para ustedes es inimaginable, de allí saldrán códigos cifrados que les alegrarán la memoria. Y pueden creerme si aseguro que no hay nada más precioso que una memoria feliz...” Reconozco que soy un fanático de las encrucijadas. Sin el menor motivo; porque si hago memoria, memoria feliz, claro, no recuerdo haber optado por el mejor de los senderos. Y, no obstante, si tuviera el don de volver hasta ese momento, no creo que optara por la otra vía. Y allí regresó el viejo cuentista: “uno es su propia caminata”.

Habría mucho más que decir sobre esta última frase, pero no tiene importancia lo que yo deduzca de ella y de cómo funcionó a lo largo de mi sucesión de huellas y pasos y más huellas de otros pasos, sino lo que ofrece como alternativa a las caminatas de los demás.

El laberinto de “Garabateando” forma parte del mapa de las caminatas de decenas de amigos que se han visto atrapados, liberados, agraviados, embriagados... por múltiples estorbos, o fervores, a lo largo de sus andaduras, atraídos de alguna manera por algún pájaro de colores como propósito de lo que ahora creo que es aquella prometedora memoria feliz de Peitopheles.

Un abrazo,
Pablo.