Cuando los pinté les puse "Abasto", aunque el homenaje no les hace justicia

Pablo Di Masso
"ABASTO"
51 x 71,5 cm.
Tinta sobre papel.
Año 2012
Pablo Di Masso
"ABASTO"
51 x 71,5 cm.
Tinta sobre papel.
Año 2012 [fuente]
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Cuando los pinté les puse "Abasto", aunque el homenaje no les hace justicia

sábado, 24 de agosto de 2013 23:08
Re: Solicitar Permiso

Pablo Di Masso

Caro Augusto,

Koira dijo que entre el guitarrista y la pareja que bailaba sumaban 250 años. Fue en la Plaza Dorrego, en San Telmo, frente a ese bar de siempre, sobre la calle Defensa y, también, irónicamente, delante de una de esas cadenas de cafeterías que salpican con su protocolo de amabilidad y precios caros todas las capitales del mundo occidental. Y no me sorprendería que también del oriental.

Lo insólito no eran los tangueros abstraídos en ese sitio icónico del enclave turístico más apreciado, sino el hecho de que ocurrió durante una madrugada de día hábil, lejos de la feria dominguera y todavía más lejos de cualquier patota de noctámbulos desorientados.

Hacía mucho frío y una niebla ligera pero obstinada envolvía al trío. La mujer, asida al viejo del chambergo, parecía una máscara excesivamente pintada, con una silueta delgada y vetusta, la sonrisa manchada de carmín como operada en el rostro.

El viejo de la guitarra solo miraba las manos como arañas cocainómanas enredándose en las cuerdas y saliendo airosas con el acorde justo.

El bailarín, reconcentrado, con un traje deshilachado, una camisa de cuellos largos y arrugados, la corbata perfectamente anudada sobre el cogote precario, se deslizaba sobre los zapatos combinados, blancos y marrones, como si fuera una marioneta olvidada en un parque de atracciones de principios del siglo pasado.

Todo era irreal, excepto el tango preciso y los pasos de un baile que parecía quebrarse sobre sí mismo arrastrando a la pareja en sus evoluciones.

Pedralbes sonrió encogido combatir el frío invernal. Maravillas miraba la escena y, seguramente, la acomodaba en algún sitio de su persistente amor por la milonga.

Belmondo y Susi, abrazados, compartían algún recuerdo que se enhebraba con aquella visión brumosa y sonora. Koira y yo mismo nos movíamos lentamente, como con sigilo, para no ahuyentar la magia, sometidos por la ternura vacilante y repetida del trío tanguero.

Entonces la guitarra perpetró un rasguido poderoso, el viejo bailarín pareció deshacerse de sus males del esqueleto y la dama se irguió sobre sus altos tacones para lanzar una pierna a lo alto, sostenida por el eterno compañero, componiendo una pose imposible, un paso casi gimnástico que había sobrevivido desde una juventud prehistórica para acompañar, veleidoso, el último chanchán.

Cuando los pinté les puse "Abasto", aunque el homenaje no les hace justicia.

Muchas gracias Pablo !

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