En el Jardín de Pacobay Durante un Verano de los Sesenta

Pablo Di Masso
COPA Y BUFANDA NEGRA
2006
12 x 15 cm
Pablo Di Masso
COPA Y BUFANDA NEGRA
2006
12 x 15 cm
pablodimasso.com.ar

En el Jardín de Pacobay Durante un Verano de los Sesenta

jueves, 02 de junio de 2011 08:07
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Pablo Di Masso

Caro Augusto,

En el jardín de Pacobay, durante un verano de los sesenta, Peitopheles de Nonnanita se paseó por la Avenida de los Plátanos en dirección a la casa de los Podestá, cuando vio a una mujer recostada contra uno de los grandes troncos manchados, fumando bajo la techumbre cerrada y refrescante.

Cuando se acercó, nos dijo algún tiempo después, creyó reconocerla y, tal como él decía: “en mi vida, al menos, sé que nada es casual”, no le sorprendió en absoluto que fuera francesa, actriz, relativamente famosa en los circuitos de arte y ensayo y definitivamente hermosa.

Aquella mañana había llovido, de modo que entre las hierbas variadas, la tierra y las piedras bajo el diseño del musgo, el aroma de la avenida era como una pócima.

Al menos así la definió el cuentista. Supongo, porque no lo interrumpimos, que se refería al hecho de que uno aspiraba aquella mezcla de perfumes y asumía con absoluta naturalidad los encuentros más insospechados como si fueran citas largamente pendientes.

Ella le ofreció un cigarrillo negro, envuelto en papel de maíz, pero Peitopheles le agradeció y encendió un Chesterfield sin filtro.

Puedo verlos caminando con lentitud, entre nubecillas de nicotina, descendiendo hacia el arroyo. O mejor, puedo imaginarlos.

Aunque los veo a menudo, sin la menor vacilación, la mano áspera de él ayudándola cuando marchaban sobre rocas lisas, hasta llegar a la curva y tener una visión clara de los diques escuetos, la cortina abundante de agua tras la lluvia y los bagres sapo apenas sostenidos en la pared arrasada por la cascada.

El día que nos explicó esta historia también encendió un Chesterfield y lo acompañamos durante un buen rato fumando en silencio.

Yo lo miré con intensidad porque deseaba colarme en sus recuerdos y pertenecer de algún modo al conjunto de sus historias como un militante de su memoria y no simplemente como un escucha.

Y entonces prosiguió.

-Hablamos mucho esa tarde, hasta que el sol se cerró y comenzó a lloviznar. Me contó algo que yo ya había leído o escuchado alguna vez y que forma parte de cientos de fotogramas de otros cientos de películas de todas las épocas. Sin embargo, en su relato era como el episodio original. Me dijo que vivía con un escultor en una barcaza que llevaba mercancías por el Sena. No eran una pareja, sino más bien una cofradía de dos embarcados en una compañía respetuosa y libre mientras transcurrían los primeros años de su veintena. Ella quería ser actriz y solía bajar en diferentes poblados de las orillas para quedarse realizando pequeñas obras vocacionales, la mayoría de ellas monólogos escritos por amigos existencialistas. Era la época.

Encendimos otro cigarrillo. Estábamos sentados en el jardín de una casa abandonada, en los fondos de un frontón municipal y tuve la percepción nítida de que fuera de aquel ámbito el mundo se había colapsado momentáneamente para dejarnos a solas en el islote del relato.

-Ella, Krista, estaba segura de ser feliz o, al menos, sabía que aquella vida era la que tenía que ir viviendo. Hasta que un atardecer, regresando a París desde el norte, se cruzó con otra barcaza y vio al hombre paleando arena. “Fueron segundos”, me dijo, “pero supe que no iba a verlo jamás y que era el personaje exacto para el que yo había preparado mi vida”.

Peitopheles miró el pucho encendido, lo dejó caer junto a los gastados zapatos de Guante y lo aplastó como si quisiera eliminar para siempre un trozo de su pena por ella.

-No me produjo pena –dijo entonces como si se cruzara con mi pensamiento errado-, sino agradecimiento porque ella, al menos, y así lo confesó, había tenido la oportunidad clara de comprender que era necesario seguir adelante. Ya no tenía que esperar más y su gira por los pueblos, cargada de monólogos ajenos, debía darse por terminada. Le había llegado la hora del diálogo. Se bajó en París, se despidió del escultor y dos meses después rodaba su primera película. Creo, aunque no estoy del todo seguro, que se llamaba “Strip-tease”.

Mi viejo y yo vimos esa película en el querido cine Odeón y compartimos durante aquella tarde, ahora ya de invierno, una pasión súbita, y también duradera, por la bailarina francesa.

Como si el círculo necesitara cerrarse.

En el cuadro, la copa y la bufanda negra pertenecen a uno de esos militantes de la memoria que tan vívidamente recreó para nosotros el cuentista inagotable.

Un abrazo,

Pablo.

Muchas gracias Pablo !

Pablo Di Masso
COPA Y BUFANDA NEGRA
2006
12 x 15 cm GUANTE I Love Krista Tshirt

  1. Pablo Di Masso
    COPA Y BUFANDA NEGRA
    2006
    12 x 15 cm: pablodimasso.com.ar
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