Debíamos estar en Pleno Concierto Multicolor

Pablo Di Masso
EL VIOLÍN DEL SUR
2007
21 x 29.7 cm
Pablo Di Masso
EL VIOLÍN DEL SUR
2007
21 x 29.7 cm
pablodimasso.com.ar

Debíamos estar en Pleno Concierto Multicolor

lunes, 20 de diciembre de 2010 04:21
Re: Solicitar Permiso

Pablo Di Masso

Caro Augusto,

En su día, Peitopheles de Nonnanita, solía decir que uno deber procurar ver el día a día de un modo soleado, colorido, sin olvidar que toda esa parafernalia de buenos augurios crecía inevitablemente bajo una amenaza de tormenta pertinaz.

“No es para crear alarma, sino para disfrutar mejor dotados para las sorpresas oscuras…”

Y aunque luego añadió que incluso las sorpresas tormentosas podían incluir una senda hacia algún paisaje luminoso, no hizo demasiado hincapié en esta última figura porque, creo yo ahora, y así lo creyeron también mis hermanos, aunque lo supe mucho más tarde, porque en un principio el dolor no parece tener fin y, cuando decrece, si es que alguna vez lo hace, no es más que una suerte de entrenamiento para el dolor definitivo… No hizo hincapié en esa lectura porque no era el momento adecuado. Nunca lo es cuando la pena sucede, pero ese es un aprendizaje que se ejerce con el transcurso del tiempo.

Claro que dicho así parece la declaración de un depresivo clínico, pero no era ese el sentido del cuentista y, desde luego, tampoco el mío o el de mis hermanos. Lo que trataba de ilustrarnos, incluso con su propia andadura, necesariamente solitaria, o mejor: de explorador solitario, era el hecho de que cada pena no es más que un entrenamiento que nos prepara para batallas más duras que, aunque no siempre llegan, indefectiblemente sí que habrá una final que acabará en la derrota absoluta.

Y relató una anécdota que quizá no fuera cierta, pero cuya veracidad o no carecía de importancia contra la voluntad de quitarle dramatismo a la reflexión que, seguramente, antes o después haríamos todos y que nos llevaría a pensar en la muerte de un modo más natural.

Dijo que cuando era apenas un adolescente solía ir a tomar clases de violín y que mientras lo hacía, mientras buscaba las melodías y la perfección en el instrumento, tenía la sensación de que era invulnerable.

Como si aquellos momentos de música propia, aunque las partituras fueran prestadas, le permitieran refugiarse en un santuario tan eterno y feliz como indestructible.

-Y entonces –añadió-, una tarde, a la hora de la siesta, estaba sentado en el cordón de la vereda, después de un día de lluvia muy fuerte, junto a la tapa de hierro de una boca de tormenta que había sido alzada para que el agua corriera con mayor libertad en el momento álgido del diluvio, cuando una chica del barrio, que me gustaba mucho, pasó a mi lado para sentarse junto a mí y rozó sin querer la pesada tapa que cayó sobre mi mano derecha y me rompió un dedo.

Recuerdo perfectamente el momento en el que levantaba la mano y nos mostraba cómo aquel dedo de violinista interrumpido no se podía doblar del todo. Y sonreía.

-Así se frustró mi prometedora carrera de concertista de violín –explicaba con una carcajada.

Durante un momento, cuando escuchamos la historia, que luego le hicimos repetir varias veces sin que jamás diera muestras de que nuestra petición de adolescentes recién nacidos le fastidiara, nos sentimos ferozmente sacudidos por una idea que cuando tomó forma era, precisamente, la de la vulnerabilidad de ese animalito que somos.

No lo pensábamos con estas palabras, que ahora trato de juntar con la mayor precisión que me es posible, sino que era una sensación angustiosa, súbita y fugaz, sí, pero muy intensa, vinculada a la fragilidad que nos habita, y que habitamos, y que de un mandoble inesperado puede acabar con alguna ilusión deslumbrante y prometedora.

Fue así, creo yo, al menos lo creo ahora, que Peitopheles de Nonnanita nos hizo saber, a su manera, hacia dónde iba el oficio de vivir y la amenaza permanente y al hecho de que ese oficio estaba sujeto a emboscadas tan crueles e inesperadas.

Pero, también, que mientras la emboscada sucedía, si es que en algún momento aparecía la vecina inquietante para rompernos sin querer el dedo de violinista, debíamos estar en pleno concierto multicolor por debajo del lejano cielo tormentoso que, incluso en medio de la oscuridad meteorológica, podía incorporar una imprevisible senda hacia nuevos alicientes. Como un mensaje amarillo, y acotado, en medio de un sombrío horizonte atrás y a lo lejos.

Fue así que pinté “El violín del sur”, como un homenaje algo tardío quizá, a aquellas charlas que fueron cobrando su sentido cabal a medida en que iban cayendo las tapas de las bocas de tormenta y conseguíamos gambetear lo siniestro con una energía que no sabíamos que había ido criándose desde aquel cuento definitivamente premonitorio y, decididamente, protector.

Un abrazo

Pablo.

Muchas gracias Pablo !

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