Lo que persiste, mezcla de bravura y magia, es la presencia de aquel gato libertario junto al abuelo violinista

Pablo Di Masso
GATO CON VIOLÍN
2006
10 x 15 cm
Pablo Di Masso
GATO CON VIOLÍN
2006
10 x 15 cm
pablodimasso.com.ar

Lo que persiste, mezcla de bravura y magia, es la presencia de aquel gato libertario junto al abuelo violinista

jueves, 23 de diciembre de 2010 09:15
El gato del violín.

Pablo Di Masso

Caro Augusto,

Resulta curioso que este dibujo de gato y violín, pero sobre todo de viejo con “txanvergo”, como dice un amigo vasco que debería escribirse el sombrerito, tenga que ver con el GER, Gimnasia y Esgrima de Rosario.

Cuando mi hermano Gerardo y yo éramos apenas unos adolescentes precarios, solíamos ir a nadar a la pileta de invierno del club, en la calle Laprida al 900, a última hora, justo antes de que cerraran.

El viejo José, flaco como un anoréxico, con una camiseta sin mangas amarillenta y un rigor que se ablandaba de inmediato cuando le pedíamos un gorro olvidado o unas ojotas prestadas, permanecía allí, entre las rejas del vestuario, ocupándose de todo, hasta el último momento, con un pucho colgando de la comisura de los labios, supongo que apagado, porque nunca lo vi humear.

Allí, en esas jornadas de natación de entrenamiento, por cuenta nuestra, conocimos a Arne, un tipo alto y enjuto, algo mayor que nosotros, que tenía historias nórdicas para contarnos.

Con el tiempo creo que se hizo marinero en un barco noruego y ya no volvió a aparecer nunca más. Pero antes de eso, íbamos a la casa de mis viejos, a media cuadra del club, comíamos lo que había, y nos quedábamos charlando en la cocina hasta que mi vieja hacía sonar un timbre que significaba que ya era la hora del cierre.

Fue Arne quien nos contó que su abuelo había pertenecido a una banda de ladrones, “siempre sin maldad”, en su país natal.

Una banda que se llevaba animales, utensilios de plata, cuadros originales o aperos de cualquier especie para vender o distribuir entre las gentes de otros pueblos.

“El abuelo y sus amigos siempre se quedaban con una parte, pero en general lo daban todo a bajo precio o lo regalaban a las familias que andaban hambreando en aquellos años. Y nunca robó nada que no les sobrara a las víctimas…”

Era como un Robin Hood báltico sin película de Hollywood que lo reivindicara.

Y fue una suerte que no hicieran una película realista sobre aquellos tipos porque años después se sumaron a la Resistencia contra la bestia nazi, pero sin depender de nadie.

-Eran ácratas –decía Arne- y entre ellos no había líderes, solamente amigos que conocían lo que se llevaban entre manos y las manos eran de todos.

En aquella historia que nos contó una noche de invierno en la que apagamos la luz de la cocina para que mi vieja pensara que tras el timbre la reunión se había dispersado, había un viejo, su abuelo, y un gato.

-El gato vigía –dijo Arne.

Mi hermano y yo, siempre alertados por una especie de víbora interior que se electrificaba ante la perspectiva de una buena historia, nos quedamos en silencio.

-Mi abuelo tocaba el violín bastante mal, pero lo suficiente como para poder sentarse en la calle y ofrecer sus melodías desafinadas a los paseantes. Se convertía en una figura conocida en un barrio durante algunas semanas, cerca de algún objetivo escogido y sus amigos de la pandilla se ocupaban de asaltar una comisaría, un cuartel o la casa de algún jerarca o, todavía mejor para ellos, de alguna “sucia rata colaboracionista”-contó Arne impostando la voz del abuelo al hablar de los traidores.

Hasta aquí la historia era buena, pero cuando apareció el gato resultó fascinante.

-Mi abuelo contaba que el gato comenzó a acompañarlo, sin maullar ni restregarse contra sus piernas, allí donde él tocaba. Permanecía a su lado hasta que se llevaba a cabo la misión y entonces se marchaba. Lo curioso fue que en un momento dado, el abuelo se percató de que el animal aparecía a su lado desde la nada, sin haberlo seguido nunca, y a pesar de que sus objetivos guerrilleros cambiaban permanentemente de barrio e, incluso, de ciudad.

El gato siempre estaba allí.

-Un día el gato faltó y el abuelo, por pura intuición, decidió con sus amigos que podía tratarse de una señal. Algo raro en aquellos tipos recios, decididos y fundamentalmente incrédulos ante cualquier superchería. Pero decidieron que suspenderían la misión. Y observaron que en el momento de la acción aparecían varios camiones de soldados que no tenían idea de que llegarían aquel día y a aquella hora.

-El gato los acompañó durante toda la guerra y a pesar de que muchos de aquellos anarquistas sucumbieron en la tortura o los fusilamientos, lo cierto es que la gran mayoría consiguió sobrevivir gracias a ese extraño felino que aseguraba con su presencia el buen pronóstico de una misión o los salvaba de alguna encerrona no apareciendo junto a mi abuelo y su violín.

Un buen día Arne se despidió y ya no volvimos a verlo.

Con mi hermano, Gerardo, siempre nos acordamos de algún modo u otro de él, pero lo que persiste como una extraña mezcla de bravura y magia es la presencia de aquel gato libertario junto al abuelo violinista, guardándoles las espaldas.

Un abrazo.

Pablo.

Muchas gracias Pablo !

Publicado en

siguiente >>