Caro Augusto,

-Olvidarse es una cuestión propia, pero recordar siempre les corresponde a los otros.

Algo por el estilo me dijo en cierta ocasión un amigo mientras esperábamos que dejara de llover en la puerta de Pasaporte, en Rosario, esquina europea donde las haya y a solo unos metros del río.

Ya no recuerdo el porqué de aquella reflexión, pero me llevó hasta una frase que le escuché a mi hermana Ana hace muchos años y que más o menos decía algo así como “muchas veces no soy yo la que salgo a caminar, sino que es la ciudad la que me camina a mí...”

Me sorprendió, no por la agudeza de su reflexión, está bien entrenada para esa lidia, sino porque da la sensación, corrijo: a mí me da la sensación, de que estamos habitados por un personaje que procura enmascararse para que nuestro modo de ser, y de aparecer, coincida más o menos con lo que deseamos que los otros vean, o supongan, para evitar, sobre todo, pérdidas de tiempo.

Mi viejo, que es quien me prestó algunas de sus fechorías existenciales para el dibujo del pájaro con la pajarita, había hecho coincidir a todos sus habitantes en un único guerrero con el que se permitía luchar en varias batallas a la vez, aunque nunca consideraba la posibilidad exacta de una victoria. Creo que era porque para él la victoria era un tema superfluo. Y quizá esa fuera su derrota a la hora de milonguear sobre un permanente optimismo que nada consiguió minimizar en su vida de todos los días. Ni siquiera cuando se moría, muy joven, atrapado en sus quimeras pero con la ventaja de saberse en esa jaula y gozándola como un ateo afiebrado.

Pájaro y pajarita forman parte de dos condiciones que heredé, junto con una tardía navaja sevillana y la memoria feliz de sus andanzas. La primera apunta a que ese pájaro que está en reposo siempre tiene la posibilidad de migrar a su antojo; y la segunda es que incluso la rutina mas agobiante, la de la corbata obligada, puede desmoldarse con una pajarita que, naturalmente, nada tiene en común con la que lucía el Gran Gatsby.

A veces creo que es cierto que recordar corresponde a los otros y que la ciudad es la que me camina. Pero yo todavía no he conseguido que mis habitantes se reúnan en un solo gladiador y que esa única presencia interior luzca una pajarita pop y, además, no tenga necesidad de que el pájaro vuele.

No puedo volver a leer esto porque me temo que se corregiría sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.

El guerrero virtual sigue fragmentado.

Así las cosas... va con toda la desvergüenza que funda el olvido y, necesariamente, recuerdan los otros.

Un abrazo.

Pablo.