Caro Augusto,

el pájaro fue el pretexto. En realidad es un pájaro que tuvo sus opciones. Quiero decir que entre ser libre o estar enjaulado como disyuntivas de su vida volátil, esta especie y dentro de ella este especimen en particular, decidió quedarse con el violinista.

Una sola vez, mientras pintaba el cuadro, tal vez por algún acorde innecesario o un mal día plumífero, no lo sé, se fue durante unas horas.

Yo lo había dejado tranquilo, mirando al mar, y cuando volví con el mate recargado se había largado. Naturalmente... no lo busqué ni me hice mayores preguntas. Tampoco se lo conté a nadie. ¿Quién podría haber interpretado en su justa dimensión ese gesto de autoafirmación que sólo le competía al pájaro?

De modo que seguí con lo mío aunque me di cuenta, poco después, que había incorporado algunas figuras y colores que se habían ido criando en el mismo episodio neurótico en el que apareció el pájaro como pretexto, de modo que me imaginé, sin presiones de ningún tipo, que tal vez el bicho echara un vistazo al sitio que había dejado y cuando encontrara un entorno confortable, como un abrigo de formas y tonos conocidos, decidiera regresar.

Siempre la decisión ha sido suya y necesito que esto quede muy claro.

Finalmente, al día siguiente, después de los primeros mates del mediodía, yo trabajo de noche y me levanto tarde, cuando casi había decidido dejarle el sitio para siempre allí, vacío aunque con su ausencia firme en mi memoria, lo vi reaparecer en la pintura como si se hubiera impregnado en el fondo blanco y ahora surgiera de él del mismo modo en que se producen algunos efectos especiales en el cine.

No intercambiamos ni un trino ni una palabra. Cada cual a lo suyo. En todo caso, el violinista no dijo ni pío.

Un abrazo. Pablo.