Zenón le puse, porque era el Nombre de un Viejo Puestero de San Martín de las Escobas que solía contar Historias difíciles.

Pablo Di Masso
"ZENÓN"
71,5 x 51 cm.
Tinta sobre papel.
Año 2012
Pablo Di Masso
"ZENÓN"
71,5 x 51 cm.
Tinta sobre papel.
Año 2012

Zenón le puse, porque era el Nombre de un Viejo Puestero de San Martín de las Escobas que solía contar Historias difíciles.

viernes, 05 de julio de 2013 15:12
Re: Solicitar Permiso

Pablo Di Masso
Caro Augusto:

La primera vez que la vio fue una tarde de julio, en el jardín lluvioso y helado del Hotel Yacanto, en plenas sierras de Córdoba. Era la semana anterior a las vacaciones de invierno, de modo que había poca gente deambulando por la zona. La mujer estaba mirando hacia la escalera que llevaba a la pileta de natación, sin moverse, abrazándose para combatir el viento helado.

Rocco se recostó contra un tronco, a medio camino entre ella y el acceso al campo de golf desierto y decidió observarla.

Era pequeña, llevaba un abrigo claro, con capucha caída, y el cabello lacio le caía sobre los hombros y en lo alto de la espalda. La llovizna se convirtió en aguanieve y echó de menos el fuego de grandes leños que había junto al bar del hotel, donde había estado tomando una grapa sentado en los cómodos sillones oscuros. Se preguntó que haría allí, congelándose, aquella figura escueta y sólida, inmóvil, desabrigada por el sonido del hielo diminuto que caía copiosamente y el murmullo del agua acanalada del arroyo que, seguramente, iría a llenar la pileta de natación cuando llegara el verano.

Se dejó llevar por la impresión decadente de todo el conjunto. El hotel, el quincho desarticulado, la pileta vacía, el trampolín antiguo y blanco, y pudo ponerlo a
Helmut Berger en ese decorado, tal vez junto a Silvana Mangano y se dijo que a Visconti le encantaría el lugar.

La mujer retrocedió unos pasos sin volverse, como si huyera de alguna visión personalísima que quizá la hubiera descubierto mirándola y le produjera un temor irracional.

Rocco pensó todo esto casi sonriendo por su eterna tendencia a las invenciones espontáneas. Tal vez fuera una habilidad que le había permitido vivir "del cuento", como diría su hermano Broca, o de "los cuentos" como lo corregiría con benevolencia Analógica, la hermana generosa. Pero esa habilidad, desenfrenada, solía irrumpir en la realidad y diseñarle unos contornos que podían resultar incómodos en ciertas situaciones. Ahora, a solas consigo mismo y su fabulación, le pareció indicado darle una biografía, y un propósito, a la desconocida.

Ella se volvió. Era bella y madura. Caminaba con un movimiento cadencioso, ligeramente felino, definitivamente sensual, como si arremetiera contra el espacio por el que avanzaba danzando con decisión una coreografía de muchos años plenos. Al menos eso pensó Rocco a quien desde siempre le habían atraído las mujeres con pasados imprevisibles.

Pasó a varios metros de él, sin verle, subió a la galería del hotel y taconeó con sus botas vaqueras hasta la puerta del bar. Desapareció con rapidez y Rocco resolvió seguirla, sin demasiadas prisas, prolongando aquel frío todavía otoñal antes de derrotarlo junto a la chimenea encendida.

Se quitó la campera cuando atravesó la puerta de cristal y detuvo a la encargada de la barra un instante antes de que desapareciera en el salón del comedor.

-Un café largo y liviano -le pidió.

Ella sonrió con amabilidad y le sirvió una taza humeante.

-¿Hay alguien más en el hotel? -preguntó.

-No, señor, no esperamos a nadie hasta mañana, sábado -replicó ella-. ¿Puedo servirle algo más?
-No, gracias.

Se dirigió hasta el salón de los sillones y los grandes leños llameantes sorbiendo el café amargo. Vio las fotos a un costado de la chimenea. Se acercó, sonrió para sí y se dijo que a veces la vida lo fabulaba a él.
Allí, en una fotografía en blanco y negro, tal vez de los años cincuenta, estaba la mujer del abrigo claro y la capucha caída, de espaldas, mirando hacia la escalerilla de la pileta de natación bajo una llovizna espesa. Como de aguanieve.

Así me lo contó Rocco, más divertido que azorado, unos días más tarde, de regreso en Rosario.

Cuando llegué a casa terminé el cuadro. "Zenón" le puse. Porque era el nombre de un viejo puestero de San Martín de las Escobas que solía contar historias difíciles.

- Muchas gracias Pablo ! Muy acertada la elección, me parece. Me aseguró, por escrito, el gran cuentador de historias, y amigo, Diogenes Laercio, que entre los viejos griegos hubo un Zenon, que se las contaba y las llamaba paradojas y eran difíciles de entender. Antecesor del viejo puestero de San Martín de las Escobas, tal vez.

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